HISTORIA

Orígenes 

           Si bien existen vestigios de la presencia de las civilizaciones romana y musulmana en la comarca, la conquista de Ávila en el año 1082 por el rey Alfonso VI, Rey de Castilla, es el germen para el surgimiento de los primeros asentamientos en el Valle del Tiétar. Ese mismo año, el rey ordenó a su yerno D. Raimundo de Borgoña cruzar con sus ejércitos la Sierra de Gredos e iniciar la repoblación de este territorio fronterizo que había estado pasando de unas manos a otras y fue testigo de luchas y escaramuzas entre moros y cristianos hasta este momento.

 

            Durante los siglos XII y XIII aparecen los primeros núcleos de población importantes, como La Adrada, Lanzahíta, Arenas de San Pedro, Candeleda o Navamorcuende. Las primeras referencias a Casavieja como aldea aparecen en el Libro de la Montería, escrito por mandato de Alfonso XI en el siglo XIV, y se cree que la existencia de alguna choza o cabaña antigua en este lugar pudiera haber sido el origen del nombre de la villa, Casa-Vieja.

Casavieja como villa independiente

            Casavieja, asentamiento de pastores y ganaderos, dependió del señorío de La Adrada, concedido a mediados del s.XIV por Alfonso XI al Condestable Ruy Lope Dávalos, y posteriormente a D. Álvaro de Luna y a D. Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque, para conseguir finalmente la Carta de Villazgo hacia 1662 por parte del rey Felipe IV, año en que se constituye Casavieja como villa con autoridad propia, dejando de depender del sistema feudal del señorío de La Adrada. 

Desarrollo y crecimiento

            En los siglos posteriores, el pueblo creció en torno a la ganadería bovina, ovina y caprina, la cría de cerdos para matanza, de burros y mulas para las labores del campo, o de caballos para transporte de los más pudientes; se desarrolló la agricultura, principalmente como sustento familiar, la apicultura para producir miel, la caza y la pesca, labores artesanas como algunos telares de paños y lienzos, el tejar de Las Lagunillas, la alfarería proveniente de Talavera de la Reina o la fragua, así como labores industriales como la industria harinera mediante la construcción de molinos junto a la Garganta de la Cereceda, o la industria resinera potenciada por la existencia de gran cantidad de pinos en la Sierra.

 

            Así, Casavieja se situó como uno de los núcleos más poblados del Valle en el siglo XIX, llegando a alcanzar, en el censo de 1920, una población de 2.815 personas. Esto potenció el desarrollo de las vías de comunicación con Madrid, Arenas de San Pedro o Talavera, que pasaron de meros caminos a ser la base de la red de carreteras de la actualidad.

 Casavieja en la actualidad

            El siglo XX dio paso al turismo como principal fuente de sustento de la economía local frente a un sector primario que, poco a poco, va perdiendo la fuerza y presencia de antaño. La habilitación del área recreativa de Fuente Helecha, la creación de la piscina natural Charco de las Cabras, la posterior piscina municipal o de “Icona”, o la creación del Camping generaron un polo de actividad turística que fomentó el desarrollo del casco urbano alrededor de la Avenida de la Constitución, eje de comunicación del casco urbano, al sur, con la zona recreativa más próxima a la Sierra, en el norte. Así, proliferaron gran cantidad de viviendas unifamiliares y urbanizaciones que consolidaron el turismo de segunda residencia, de verano y de fin de semana, como la principal actividad económica local.

 

            A raíz de este cambio, se superponen el fenómeno de la despoblación de la España rural, debido a la migración de los jóvenes tanto para estudiar en las ciudades como en busca de mejores oportunidades laborales, con la proliferación de comercios y negocios familiares ligados al fenómeno del turismo, que sustituyen paulatinamente a las actividades agrícolas y ganaderas como sustento de las familias de los vecinos de Casavieja. El auge del turismo rural, asociado a las actividades al aire libre y en la naturaleza, deporte, alojamientos turísticos, productos artesanos y desconexión del estrés de la vida en la urbe, es a día de hoy el eje motor de una economía que se resiste a desaparecer y que, a raíz de fenómenos como la crisis económica o la pandemia de la covid-19, ha cobrado nueva fuerza como elemento descentralizador de las grandes ciudades.